jueves, 18 de noviembre de 2010

El poco sueño de una noche de verano

Tengo insomnio, pero ya no lo noto. Puedo dormir dos horas y levantarme tan descansado como lo hacía Napoleón, o Isaac Newton, quien dormía dos más al día, o Leonardo da Vinci, Winston Churcill y tantos otros. Lo más importante es la calidad y la intensidad, no la duración, y varían según la persona. Quien duerme poco tiene más éxito, dicen. Por la parte que me toca, espero que tengan razón.

En cualquier caso, las noches de verano son especialmente duras. Hay muchas piscinas en esta urbanización donde vivo y, por tanto, está lleno de mosquitos-tigre, sobre todo-y otros insectos molestos. La solución es cerrar las ventanas y taparse con poco o nada. Insomnio y calor no son muy compatibles con el sueño, así que sólo dejan margen a pensar desvelado. Si se puede elegir entre ponerse nervioso, maldiciendo la realidad que nos ha tocado vivir, y reflexionar tranquilamente sobre cualquier cuestión, al menos yo lo tengo bastante claro. No es una mala manera de aprovechar el tiempo, además de ser un hábito que nos convendría tener en cuenta diariamente, y no sólo para solucionar los problemas que nos van apareciendo cada día. Si los conseguimos resolver por definición seremos más inteligentes, pero si nos limitamos a eso no avanzaremos tanto como podríamos. El poco sueño de una noche de verano puede romper estos límites auto-impuestos por la sociedad y por nosotros mismos.

Una de las cosas en las que he pensado durante este verano es en si me compensa hacer lo que hago. Todos nos habremos planteado en un momento dado esta cuestión. El insomnio venía de serie, pero también de estrés.

Durante las jornadas laborales, que en mi caso contemplan y ocupan los siete días de la semana a cualquier hora, me canso mucho y termino siempre realmente fatigado. Cargar con el trípode y la mochila con el resto de material me deja las piernas y la espalda destrozadas. También los brazos, por el peso de la cámara mientras grabo. En definitiva, son días intensos, pero los disfruto plenamente.

Aprendo cada día de todo lo que el espectador acabará viendo de manera muy resumida con la edición. Me empapo de cultura, de todo tipo; conozco gente de todo tipo; viajo por todas partes, sobre todo por Cataluña; aprendo y ayudo a aprender, y eso me hace sentir vivo.

Esta -digamos- pedagogía y didáctica bidireccional son las causantes de que me sienta realizado como persona y, de manera secundaria pero vinculada -de alguna manera- a esta trascendencia, también profesionalmente. Pero me interesa especialmente esta parte más humana, de sentirme útil sabiendo que ayudo a los demás, que les informo, les aconsejo y capturo momentos históricos creando un museo personal que durante el tiempo trabajado en otros lugares no conseguí reciclar en nada positivo, quizás debido a su excesiva monotonía y sistematización. En las fábricas donde estuve hace años, por ejemplo, construía miles de piezas de hierro cada día con un procedimiento totalmente mecanizado y alineante, a pesar de ser de factura manual. No quiero ser un robot, quiero mantener y evolucionar una personalidad propia, aportar algo a los demás y, por tanto, de manera egoísta también a mí mismo. Egoísta, sí, así como lo es la actitud de cualquier ONG sincera: ayudar a los demás tiene como objetivo final la realización personal propia. "Los demás están mejor gracias a mis acciones, y eso me hace sentir mejor", o lo que es lo mismo, "ayudo a los demás para sentirme mejor conmigo mismo". En cualquier caso, trabajo para trascender, como decía, de manera bidireccional independientemente del resultado pues, como dirían algunos políticos catalanes con muy poca vergüenza, "lo que importa es la suma". Por suerte, creo más en la humanidad en general que en ellos, en concreto. Y, por suerte, también, puedo alcanzar este objetivo.

La remuneración es importante, y la tengo siempre presente para poder subsistir, ahora más que nunca por el tiempo de crisis vivido y que nos espera. El sector audiovisual siempre ha sido muy complicado en este sentido. Todos sabemos que es un mundo muy duro y ahora lo es más que nunca. De todos modos, no trabajo pensando en la remuneración, sino en el trabajo bien hecho. Aunque cobro por horas, en algunos casos, prefiero dedicarle cuatro horas bien aprovechadas a una grabación a estar ocho y perder el tiempo. Esta actitud sería incongruente con uno de mis objetivos personales, que es el de sentirme realizado. No lo puedo comparar con delitos de ningún tipo, pero los delitos menores serían lo más parecido a traicionarse a uno mismo en este sentido. ¿Se puede dejar de lado la sensibilidad hacia un tendero y robar en su establecimiento -con todo lo que ello conlleva- sabiendo que, encarcelados o no, pasaremos un tiempo de dura redención en nuestra cárcel personal? Yo no podría soportarlo, y extrapolando la metáfora en mi realidad, puedo estar orgulloso de tener la conciencia bien tranquila y las manos poco limpias, a menudo, pero debido sólo a trabajar duramente.

Es difícil detectar este orgullo, esta tranquilidad. No podemos exigir transparencia y el radar de los prejuicios a menudo falla. Incluso lo hace el tiempo y la experiencia, aunque con menos frecuencia. He vivido traiciones de todo tipo, tanto por parte de clientes como de contactos a quien he dado trabajo y se han quedado con clientes míos, entre otros. Un largo etcétera de anécdotas que te hacen desconfiar de todo el mundo de entrada. Pero hasta un punto ya que, como siempre, hay de todo, y por suerte esta ineptitud no llega ni a la décima parte de los casos conocidos. No me cansaré de decirlo y no hace falta que repita nombres, ni que cite algunos nuevos -quien deba sentirse aludiendo que lo haga libremente-, pero realmente hay gente en este mundo a quien vale la pena conocer y trabajar con/para ellos. Incluso que trabajen para ti.

Espero que esta satisfacción mía se vea traducida en una muestra de gratitud hacia vosotros, por permitirme hacer lo que hago y ser como soy.


Para toda la gente que he conocido, por todo lo que he aprendido, porque me hace sentir vivo.

Y por lo que está por llegar ... Gracias a nadie, a mí y a todos.

Soy un privilegiado.

Y sí, me compensa.

En todo esto y en mucho más se puede pensar aprovechando el poco sueño de una noche de verano.

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